De las mesas
Lo que es una mesa. El lugar donde nos relajamos. Charlamos. Nos desolamos mientras pasa el día.
Una mesa.
El misterio de las cuatro patas. La estabilidad donde recibimos a nuestros seres queridos y no tanto.
Existen mesas con mantel y sin mantel. Mesas de madera (las más lindas) y mesas de metal: el frío universo del cuadrúpedo de hielo.
Me pierdo tanto cuando quiero describir una mesa.
Tanto que me siento entre las cuerdas de un bajo eléctrico, bien perdido.
En las mesas no hay pérdidas. Hasta una miguita de la cena de ayer es un encuentro maravilloso. Un manjar para las horas de aburrimiento.
Con las mesas uno quiere disimular el mono que hay dentro. Nada más ni nada menos.
Pero son fabulosas las mesas. Se resisten a la ley de gravedad. Y nos invitan a mirar las cosas con el culo en el aire.
¿A quién no lo ataca un hambre feroz cuando se sienta a una mesa? El mono se arranca las plumas. Le llueve la irracionalidad desde los ojos.
¿Irracionalidad?
Las mesas no tienen irracionalidad. Son la razón hecha… madera.
Pero las más tristes son las de restaurante. Esas mesas que no tienen dueño. Alquiler para la libido. Ni las propinas son de ellas. Creo que a veces su pálido consuelo es la vela que le calienta la corona.
Mis recuerdos más tempranos están en las mesas. Dibujos animados. Tardes dibujando a la par del hermano. Las cartas de los superhéroes. La enciclopedia con la gran foto del mundo de los dinosaurios. Y la máquina de escribir, por supuesto. Y los libritos de los Cds mientras pasan la canción y el tiempo.
Pero de las mesas lo que más recuerdo son las charlas con mi viejo. O las películas y las peleas de boxeo. Qué sé yo.
Son las enredaderas de cuatro patas que no dejan escapar los recuerdos.
Hermosas.
Tenebrosas y lindísimas.
Las mesas.
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"El arte no reproduce lo visible. Lo hace visible". -Paul Klee-