A continuación se presenta el análisis de la obra teatral “La  Paranoia”, escrita, dirigida y en cuya puesta en escena participa como personaje  el dramaturgo y actor argentino Rafael Spregelburd. 
 Esta obra, se desarrolla en una escenografía con múltiples  recursos y diversos dispositivos escénicos que encontramos imprescindibles a la  hora de analizar la misma, ya que responden a la gran multiplicidad de signos y  símbolos derivados de su trama compleja, psicológica, onírica, que juega entre  la ficción y la realidad, llevando al espectador a contemplar un entramado de  significaciones que nos enteraremos que son producto de la psíquis de una  adolescente (Brenda) que ha creado una ficción dentro de la ficción, y la cual  se corresponde con el espacio dramático que nosotros como espectadores  construimos a partir de nuestra imaginación...
Recordemos que “La Paranoia” forma parte de una heptalogía  comenzada por Spregelburd hace más de diez años, la cual está inspirada en un  óleo de Hieronymus Bosch –El Bosco-, denominado “La Rueda de los Pecados  Capitales”, en relación, desde ya, a los siete pecados capitales. El Bosco fue  un pintor de fines del medioevo cuya preocupación principal parece ser la  inclinación del hombre hacia el pecado en desafío a Dios, entendiendo esto como  una consecuencia fatal de la locura humana. La trama de “La Paranoia”  transcurrirá en un futuro en el que un grupo de elite conformado por una  escritora, un matemático (Rafael Spregelburd) y un astronauta se reúne en  Piriápolis convocados por un organismo militar.

La paranoia de significados/significantes la entenderemos desde  la puesta en escena pero siempre derivada de disparatados juegos del lenguaje  que inducen al espectador a convocar a su imaginación constantemente para poder  completar aquellos blancos del espacio dramático y del espacio textual que  ofrece el argumento de la obra. En estos juegos lingüísticos, en los cuales  diferenciamos los símbolos verbales más importantes y reiterados de la obra,  llegamos a encontrar que los personajes hablan siempre en femenino  (independientemente del sexo de a quién le hablen), utilizan extraños sistemas  de medición (en vez de días dirán kines), y un vocero del gobierno les ordenará  producir una ficción para satisfacer a “las inteligencias” que dominan el  cosmos, garantizando así la tan buscada y deseada paz mundial, como entendemos  en el siguiente discurso: “Las inteligencias mantienen el equilibrio del cosmos.  Es un enorme esfuerzo, el de las inteligencias. El cosmos es vasto y lleno de  inexactitudes. ¿Y qué aporta nuestra pobre Tierra a todo esto? Muy poco. Nuestra  visión de lo lejano es magra, nuestro encéfalo carece de las coordenadas de  infinito. Pero hay algo que las inteligencias no pueden obtener en ningún otro  planeta: ficción. Somos la única especie capaz de imaginar lo que no ocurre.  Ellas se alimentan de la ficción, y este lujo ha garantizado la paz del cosmos.  Pero ahora se está acabando. No quieren más de aquello que ya conocen. La paz  peligra.” Se considerará que los humanos son la única especie capaz de inventar  historias, y por lo tanto, este grupo reunido lo deberá hacer mediante un  mecanismo bastante peculiar que será descrito más adelante. El resultado de  dicho mecanismo será una suerte de telenovela con acentos venezolanos/mexicanos,  de una composición plástica detalladamente kitsch: una miss Venezuela, un  detective bulímico, travestis, homosexuales, insinuantes y pomposas –rozando lo burlesco- mujeres, y hasta Chávez como determinante ícono social. El espectáculo  cruza ambos relatos (el actuado y el proyectado), potenciando el desborde en el  que asoman distintos tipos de paranoias. De principio, dos mujeres orientales,  ubicadas una a cada esquina del escenario, iluminadas tenuemente, responderán a  una proyección protagonizada también por nipones, en un ir y venir entre ficción  y realidad. Veremos que toda la puesta en escena será  hilvanada por esta pantalla cinematográfica ubicada en el fondo del escenario,  la cual puede ser tomada como un símbolo correspondiente a la presencia de la  representación dentro de la representación (el teatro dentro del teatro). En la  misma se irán proyectando relatos más o menos paralelos al desarrollado en el  escenario, los cuales corresponderán a la ficción generada por Brenda. Al  comenzar la obra, veremos que el espacio escénico se termina de construir con la  primera aparición de los personajes que emergen de un escenario adjunto en el  espacio liminar, que se eleva hasta llegar al nivel del escenario propiamente  dicho. De esta forma, los mismos personajes (5 actores –Grupo El Patrón Vázquez-  que representarán a más de 30 personajes durante toda la obra –de una duración  de 3 horas y 10 minutos-) irán delimitando su espacio lúdico, como lo es el  espacio cerca del foro del lado izquierdo, donde se encuentra la bicicleta que  permitirá a los personajes hacer contacto con la ficción mostrada en la  pantalla. Esta bicicleta, al ser un objeto creado para el espectáculo, toma  prestados rasgos del objeto real de una bicicleta, pero se adapta a las  necesidades de la puesta en escena., es decir, fue reciclada y se tomó prestada  de la realidad y se la utilizó de una manera estética en este nuevo medio que es  el escenario. Cerca de la bicicleta encontraremos el mecanismo para la invención  de historias –previamente   mencionado-, el cual se compone de cascos que  transmiten directamente las ondas cerebrales a la pantalla. Esto se realizará por medio de los  movimientos transmitidos como íconos kinésicos de los propios actores, gracias a  los cuales podremos determinar que es por los cascos que se puede hacer contacto  con aquella ficción. Dichos cascos podemos percibirlos concretamente y  concebirlos abstractamente de acuerdo a su utilización por la acción de los  personajes. Tanto la bicicleta como los cascos generan un tipo de vectorización:  la acumulación y la conexión. Es decir, la acumulación de las distintas  identidades posibles de estos objetos, condensan en ellos múltiples  significaciones, y se establecen nuevas conexiones cada vez que interviene un  nuevo uso de los mismos. Estos objetos harán a la redundancia del signo que  busca transmitir esta puesta en escena: todos sus significantes concluirán en un  solo significado el cual se basa en este juego entre ficción y realidad, orden y  caos, en donde la tecnología (la cual es puesta como un símbolo de solución de  la vida de la humanidad en la Tierra) permite a la vez una intensa  complejización de las relaciones escénicas, tanto entre los personajes, como  entre los mismos espacios teatrales. La continuidad icónica de la obra es  mantenida por el decorado que nos anuncia gracias a la emisión de los discursos  de los personajes, que se encuentran situados en un hotel (probablemente la  recepción o hall principal). Esto nos asegura la necesaria estabilidad  del espacio/tiempo, independientemente de la propuesta pseudo-surrealista hecha  por Spregelburd. Siempre seremos informados mediante índices espaciales y  temporales acerca de los cambios contextuales y espaciales a través del discurso  pronunciado por los personajes. La relación entre personajes y objetos como los  principales índices teatrales de la puesta cumplirán su función diegética al  articular y conectar situaciones concretas: estos situacionemas nos permiten  como espectadores determinar lo que se está desarrollando en el hotel y lo que  se está desarrollando en el relato ficcional paralelo (cuando alguien comienza a  pedalear en la bicicleta, entendemos que estamos contemplando ese relato  paralelo). Por supuesto, esto va acompañado del  comienzo de la propia proyección en la pantalla cinematográfica, y a su vez, de  una iluminación que se apostará únicamente en la esquina donde se encuentra el  personaje pedaleando. Lo que había sido el hotel quedará en completa oscuridad  guiando la atención del espectador hacia la pantalla de cine, para sumergirlo de  esta manera en esa “otra representación”. Durante toda la puesta, la iluminación  se enfocará principalmente en diferenciar de modo claro la situación de los  personajes durante su evolución gestual y los relatos proyectados en la  pantalla. Se acentuará la iluminación también cuando los personajes hagan  contacto con “las inteligencias”, advirtiendo que hay acción tanto en el espacio  escénico, como en el espacio interior. Asimismo, encontramos que estos 5 actores  llegan a hablar en diversos idiomas, además del castellano –dialecto argentino,  utilizando expresiones populares como “che”, lenguaje insultante y claras  alusiones a la cultura de masas, en referencia a la televisión argentina, por  ejemplo-, a saber: chino, ruso, dialecto venezolano y hasta sutiles frases en  francés, los que generan una compleja mixtura de íconos y símbolos verbales.  Estos pertenecen al grupo de índices sociales que presenta la puesta, operando a  través de la mezcla entre índices gestuales tanto discursivos como de los  propios objetos teatrales, ya que esta diversidad de idiomas, responde también a  las procedencias de los personajes que integran la obra, y sus correspondientes  relatos paralelos que muestran a personajes exacerbados en sus representaciones  de mujer venezolana, hombre mexicano, etc. Esta exacerbación va desde ya  acompañada y reforzada por la ambientación de esos relatos proyectados (la  ficción de Brenda) en donde abundan los colores y la cantidad de objetos  miméticos dispuestos en escena, el maquillaje grotescamente acentuado de las  mujeres que les otorga su carácter de vulgares o travestis, y un vestuario  también abundante en colores brillantes y puros, típicos de las culturas  centroamericanas. En estas filmaciones, se acentuará mucho  la gestualidad de los personajes para destacar sus rasgos característicos: los  cuerpos de los actores serán un referente primero y los mismos operarán como una  inscripción icónica dentro de la obra. Con respecto al vestuario, encontramos  diferentes caracterizaciones de acuerdo al rol de los personajes. La escritora,  quien estará elegantemente vestida –y adhiriendo a su personalidad segura y  altanera-, logrará así que su vestuario de cuenta del nivel social al que  pertenece, y hasta llegamos a presenciar cómo otro personaje realiza alusiones a  su “bonito pallazzo”. A quien hace de General, lo veremos siempre vestido con  las botas, pantalón y accesorios característicos de militar (el cinturón con el  revólver). Este vestuario logra su localización dramatúrgica de acuerdo a las  circunstancias de sus acciones, ya que luego lo veremos vestido de monja,  intentando engañar a los demás personajes, argumentando que es su propia hermana  quien se encuentra ahora en escena. Desde ya que nosotros como espectadores, nos  damos cuenta que siempre es el mismo actor, pero también, y en base a la  convención teatral, respetaremos y captaremos que es un juego del propio  personaje para engañar a los demás. Esto lo entendemos gracias a ese cambio de  vestuario que realiza, además de hacerlo por fin evidente cuando aparece en  escena vestido de monja y con el cinturón y el revólver puestos sobre la sotana.  Este vestuario, en un entramado entre símbolos visuales, índices sociales e  íconos kinésicos del actor, pone a dos sectores sociales en constante tensión:  la iglesia y el ejército. Esto generará entonces la localización del gestus  brechtiano global del espectáculo, es decir, la relación de la representación y  el vestuario, con el universo social. Estos nos siguen hablando y remarcando el  objetivo de esta puesta, la dualidad de lo racional/irracional, lo  real/ficticio, la representación de la realidad/la realidad misma. Luego,  tendremos otro personaje muy particular, una alienígena que se inventa una  historia sobre la infidelidad de su marido (Esteban) y la sufre y la vive como  si fuera verdad, involucrando también a todos los demás personajes que se  encuentran a mitad de camino entre creer esa historia y no creerla.. La  alienígena se encuentra en las primeras escenas pendiente de un celular que es  el objeto mediante el cual recibe noticias de Esteban. De este celular  percibimos tanto su materialidad legible individual como su pertenencia social  al grupo; mediante él se proporcionan también datos de ese universo verosímil  creado por el autor: la alienígena se comunica con su marido, utiliza la  tecnología como conector entre su paranoia y una ‘realidad’ creada por la misma.  Por otro lado, encontraremos que el  astronauta completará su caracterización con la compañía de un objeto real que  es a la vez mencionado por el discurso del propio personaje: notaremos que desde  que entra en escena y desarrolla su espacio lúdico, llevará consigo un casco de  astronauta. Por lo que dicho objeto reciclado, se convertirá para nosotros en un  signo redundante, gracias a la precisión del mismo tanto en la parte material  como en el discurso. O, como lo llama Bogatyrev, se producirá el icono verbal al  cual denominará escenografía del escenario: los personajes se refieren a lo que  el espectador puede percibir, produciendo una redundancia entre el objeto y el  discurso. Con respecto a la musicalización, podemos  afirmar que actúa sólo como acompañante de breves momentos: cuando se comienza a  proyectar el primer relato, en un submarino ruso, podemos distinguir una melodía  característica de dicho lugar. En el relato de la cuasi-telenovela venezolana,  distinguiremos ritmos y melodías centroamericanas, que hacen al leitmotiv del  relato proyectado al terminar de caracterizar esa atmósfera grotesca. Por otro  lado, el ritmo de la obra, también responderá a su paranoico argumento: los  discursos tendrán diferentes tempos de acuerdo a la situación, acelerándose y  frenándose de repente como sus acciones lo necesiten. Por ejemplo, no tendrá la  misma rapidez ni acentuación el discurso de la “monja” que el de la  “alienígena”, quien lleva una personalidad completamente histriónica e  hiperactiva. O, por otro lado, los silencios súbitos que se producen cuando el  grupo intenta conectar con “las inteligencias”. Se supone que durante ese  silencio, “las inteligencias” están hablado, pero la alienígena es la única que  puede escucharlas, por lo que, seguidamente a ese silencio expectante, pasará a  contarles a los demás personajes lo que “las inteligencias” están tratando de  transmitirles. Otros objetos presentes en el escenario son: sillones (icono  literal/mimético), los cuales son simplemente objetos reciclados para ser  llevados a la puesta en escena, fotografías sobre soportes de celuloide (icono  metonómico –sólo reproduce ciertos rasgos del objeto real-), que les sirve a los  personajes para identificarse a sí mismos al llegar al encuentro con el General.  Otro objeto de breve duración en escena  pero de gran impacto en el discurso y la trama es la muñeca Barby que le es  otorgada a la escritora funcionando de esta manera como un índice ambiental: la  escritora sale por el foro, ensimismada, mirando la muñeca; este objeto apela  directamente a la parte afectiva y emotiva del personaje y su acción dentro de  la obra. En conclusión, entendemos que de un texto  complejo se deriva una puesta en escena compleja, con multiplicidad de elementos  teatrales, y sobre todo, multiplicidad de simbolismos a descifrar por el  espectador. Pero, de todas maneras, terminamos entendiendo que esta revolución  de significados y significantes, tan dispares entre sí a veces y tan  relacionados otras, terminan confluyendo en la dualidad de la que se vino  hablando: el ser, la humanidad, frente a la realidad y las ficciones generadas  por el propio hombre, la búsqueda de una ficción para tapar lo ficcional de la  realidad misma, para terminar entendiendo sin embargo que la ficción finalmente  inventada termina siendo peor o aún más paradójica que la realidad única:  termina siendo una telenovela melodramáticamente venezolana. La cual no se queda en la pantalla como  mera ficción cinematográfica sino que logra traspasar y situarse en el propio  espacio lúdico de los personajes, quienes compartirán la muerte del protagonista  del relato, que, desangrado, cae en medio del mismo escenario, haciéndonos  entender así que entre realidad y ficción no hay una gran distancia, sino más  bien, que la realidad en la que vivimos es una mezcla de ficción cinematográfica  y representación teatral.