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André Masson, sentenciado en los manuales como ‘pintor surrealista’, nos hará notar que esta aseveración peca de rígida y totalizadora. Encerrar a Masson bajo el título de un único estilo o movimiento sería limitar nuestra propia experiencia en el mundo, sería no querer ver que, más allá, en las profundidades de su obra, existe un sinfín de momentos que instan a un alto en nuestra contemplación y reflexión.

La obra de Masson inspira un enfrentamiento con un universo caótico –el agujero negro del universo[1]- pero ordenado; con una anarquía liberadora pero abrumante; sentimos un peligro y una advertencia latentes.

El corpus de obras que analizaremos, reúne cinco pinturas correspondientes a cinco momentos diferentes en la conformación de este mundo propio. Tomaremos como eje principal la obra denominada Meditación sobre una hoja de roble, del año 1942, correspondiente a su etapa surrealista, para luego, a través del trabajo, realizar saltos de apreciación hacia las cuatro obras restantes: Los segadores andaluces -1935-, correspondiente a su etapa expresionista en base a una temática de protesta social; Tauromaquia -1936-, correspondiente a un boceto de la misma etapa; Retrato de un adolescente en un bosque americano -1943-, otra obra de su momento surrealista avocado a los retratos; y por último, Lamento -1963-, derivada de un período informalista.

La obra de Masson nos viene al encuentro con una explosión de color que irradia desde un fondo oscuro y abismal, en la cual hasta un boceto realizado con tinta negra sobre papel, parece irradiar rojos, amarillos, azules. Hay algo que provoca este shock, este sobresalto saturado y secreto. Hay algo detrás de la obra de Masson que nos solicita constantemente insertarnos en su expresión. Hay algo a develar, algo oscuro y brillante. Quizás por esto, el academicismo lo acota a un término único y definitivo. Porque el enigma llama sólo a los animosos para que lo develen, solicita interés y arrojo.

Apenas nos enfrentamos con la obra de Masson, percibimos que hay algo que está a nuestro aguardo detrás de la pura materialidad. Esto representa un desafío desde el momento en que corremos el agradable riesgo de encontrarnos con algo nuevo y desconocido para nosotros, o, mejor aún, algo que ya sabemos y con lo que estamos obligados a reencontrarnos. Porque la libertad que implica este trabajo, representó en una primera instancia la elección –libre también- de un artista cualquiera, de las obras de alguien a partir de las cuales pudiéramos hablar desde nuestra posición en el mundo. Y esto implica a su vez una elección que remite a uno mismo, ya que somos lo que vemos, somos un cuerpo encarnado libidinalmente en nuestra percepción del mundo. Pondremos nuestra ceguera a disposición de nuestro objeto de análisis –las obras-, remitiéndonos a nuestras represiones primarias y secundarias. “Lo que nosotros somos es la posición de nuestro objeto respecto del mundo”[2]. Probablemente nos sintamos identificados en la obra de Masson, o nos enfrentaremos a alguna porción de nuestro propio cosmos.

Esto representa una tarea profunda y de por sí está lejos de ser simple. Pero representa a su vez una instancia de reconocimiento de uno mismo, a través del placer que significa adentrarse en el mundo de la expresión, en la manifestación artística de alguien, producto de la “sublimación”[3].

En palabras de Salomón Resnik, este “orden aún no conocido” está al aguardo de los seres sensibles. Eso es lo que intentaremos hacer en el presente trabajo. Para esto, habremos de estar alerta.


Un artista infinito: primer acercamiento

André Masson nace en Balagny-sur-Thérain en el año 1896 y fallece en París en el año 1987. Introduciéndonos a la generalidad de su estilo conocido, entendemos que es uno de los más importantes y tal vez el menos conocido de los pintores surrealistas, pero también deberemos tener en cuenta, como habrá de ser explicado, la diversa gama de estilos que el pintor plasmó en sus telas a lo largo de los años.

Para empezar, es considerado pionero del expresionismo abstracto y su etapa norteamericana, la cual comienza en el año 1940, es tomada como decisiva para la configuración de la action painting (‘pintura de acción’) de Jackson Pollock.

Su obra pictórica -poco viable de ser clasificada- pasa, en una primera etapa, por el cubismo y, a partir de 1922 -tras conocer a André Breton-, comienza a entrelazarse con caminos que lo llevan por el automatismo con un método que consiste en pintar sobre el lienzo con pegamentos, añadiendo después arena coloreada.

En 1947 se establece en Aix-en-Provence, donde inicia un acercamiento a la naturaleza que se tradujo en el interés por la abstracción con influencias de la cultura oriental y la filosofía zen.

Su obra tiene la peculiaridad de visitar varios mundos al mismo tiempo. Desde la perspectiva técnica y compositiva, pasó por el automatismo, el cubismo, el expresionismo y el informalismo, como ya fue anticipado.

Algunos de los temas más recurrentes en sus cuadros son la guerra y la naturaleza, especialmente bosques, naturalezas muertas y figuras agrupadas alrededor de una mesa. Recordemos que su alistamiento en la Primera Guerra Mundial, de la que resultó herido, dejó una marca intensa en la identidad del pintor.

Influido por la cultura hispana -vivió una temporada en Tossa de Mar, Cataluña-, transitó un período durante el cual pinta mitos españoles, temas taurinos y dibuja caricaturas antifranquistas –ver Boceto de Tauromaquia-.

Otra de sus influencias recae sobre los filósofos Heráclito –siglo VI a.C.- y Friedrich Nietzsche –siglo XIX-. Citaremos una breve frase aquí del segundo de estos filósofos mencionados, que nos atrae hacia nuestra búsqueda subjetiva y como habremos de sentir, nos adentrará en los pigmentos de Masson. Nietszche dice:

“(…) es preciso llevar aún algún caos dentro de sí para poder engendrar estrellas danzarinas. ¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es deseo? ¿Qué es una estrella? Esas preguntas se hace el último hombre, entre gesticulaciones y guiños. (…)”[4]

Dejaremos esta frase resonando a lo largo de nuestro trabajo.

Por otro lado, encontramos referencias al escultor Auguste Rodin y el filósofo y escritor Marqués de Sade –sobre todo en su primera época, cuando pinta sus acuarelas y dibujos eróticos-. En cuanto a las artes plásticas, los pintores españoles Pablo Picasso y Salvador Dalí lo influenciarán en su segundo período surrealista, a partir de 1937, en el momento de la representación de figuras monstruosas. En su obra americana hay huellas de la mitología india y el mundo natural. A modo de ejemplo, en alguna de sus pinturas, el mito del Minotauro le sirve para simbolizar la fuerza de la irracionalidad y su condición laberíntica.

Masson, también escritor, estableció un entramado con la literatura y los escritores durante toda su vida. Realizó numerosos decorados teatrales y fue notable su labor como grabador e ilustrador en obras de Arthur Rimbaud, Tristán Tzara y Louis Aragon, entre otros.

Nos parece adecuada la cita de una breve frase correspondiente a Tristán Tzara, extraída del manifiesto dadaísta, así como la que ya mencionamos de Nietzsche. En este caso, la frase, remitiéndonos una vez más a nuestro concepto central a futuro de caos, dice:

“¿Cómo se puede poner orden en el caos de infinitas e informes variaciones que es el hombre?”[5]

A lo largo de nuestra exploración tendremos suerte quizás de encontrar respuesta a estas “auráticas” [6] preguntas.


Meditación sobre una hoja de roble: invitación al abismo

Meditación sobre una hoja de roble_ surrealismo abstracto

Meditación sobre una hoja de roble -1942- correspondiente a su etapa surrealista- Tema: Abstracción – Temple, pastel y arena sobre tela101,6 x 83,3

Nos introducimos en esta pintura, y repentinamente nos sentimos en caída libre. Esta composición surrealista, nos sumerge en un estado hipnótico gracias a sus colores y líneas. Naturaleza. Humanidad. Tránsito perpetuo.

Las líneas curvas, demarcadas por la intensidad de los matices, dinamizan la estructura compositiva en una disposición concéntrica que nos remite al vital y divino sentido del “eterno retorno”[7]. Quizás, luego de nuestro análisis, no estaremos errados al observar a Masson como nuestro superhombre.

Contemplamos una especie de viaje metabólico, de furtivos y constantes cambios, alentado por la presencia de un “vacío”[8] implícito que logra ahogarnos en una sempiterna espiral, consiguiendo a través de los colores la recuperación de nuestro oxígeno una y otra vez.

Este vacío dinamiza la composición, otorgándole movimiento y guiándonos por un camino a recorrer compuesto por entes de un mundo por conocer, aunque con claras alusiones a la naturaleza ya conocida –posibles apariciones de gatos, peces, flores-, todo en un impecable abstraccionismo de líneas intrépidas y bravas saturaciones.

Y volvemos a adentrarnos en la obra.

En nuestras caídas vamos penetrando el automatismo de las pinceladas y descubrimos que Masson representó el “encabalgamiento de una escena sobre otra escena”[9]: nosotros caemos repetidamente por el mismo lugar, esa anticipación de una dimensión desconocida por nosotros pero que nos guía en el constante devenir de la obra; entramos una y otra vez por el color, por la línea curva, por la vuelta a la vitalidad originaria de los trazos, el punto concéntrico que nos expande hacia los abismos absolutos pero abiertos de sentido de los extremos de la composición.

Los colores se utilizan en sus grados de mayor saturación, logrando una incomparable intensidad al estar contiguos a los planos negros, los que los hace resaltar e ir delimitando los caminos laberínticos y letárgicos que nos dirigen a un punto medio caótico, pero, paradójicamente ordenado. Hay algo que nos da estabilidad, nos hace sentir vivos, nos hace parte de una incoherencia siniestra y sugerente. Un volver sobre lo mismo, y sentirnos relajados. Nos hace recuperar el objeto perdido en las caídas a este precipicio de sentidos. Nos hace recobrar el pigmento descoloreado por la represión de nuestros días.

Esta composición nos remite a un flujo onírico. La “condensación” de las escenas antes mencionadas, y el “desplazamiento”[10] de esos planos negros e insignificantes a los ojos desprevenidos, son en realidad, los que hacen a la sensualidad y podríamos decir, sexualidad de la obra; a su mágico esplendor.

Masson proyecta la vida misma sobre su cosmos, sexualizándola. Y nosotros mientras tanto caemos en un sueño profundo. Entramos en el trauma original: Masson nos plantea la muerte y la sexualidad en un todo sin representación estructural, un todo invasor que nos remite cada vez a nuestra huella primera. Al penetrar la obra nuestros tiempos y espacios se sobredeterminan, la atemporalidad nos persigue y nos invoca a formar parte del todo pictórico, a abandonar la realidad consciente, a expulsar y dejar ser a todo nuestro ello.


La inquietante relación entre los estilos

En relación con las cuatro obras restantes mencionadas previamente, logramos ver entonces una constante, una repetición que define, entre la pluralidad de estilos del artista, su decretada marca de autor o al menos, la decretada marca autoral que nosotros revelamos en las pinturas.

Comenzando por Los Segadores Andaluces, una pintura expresionista del año 1935, sentimos nuevamente una opresión que nos conduce a un círculo central. El caos, representado por las figuras esqueléticas nos habla de la humanidad en su más transparente manifestación: los deseos reprimidos del hombre salen a la luz con máscaras ineficaces que se traducen en angustia irrevocable a través de las líneas cortantes. Estas líneas ejercen la presión en el yo y la represión de nuestro ello en la obra, como una amenaza constante, como una declarada pérdida de la libertad consciente. La curva ya no prevalece, pero los colores mantienen su intensidad. Los colores gritan. Y esa exclamación de dolor es la que nos hace ingresar en la obra. Como nos ocurrió en Meditación sobre una hoja de roble, esos colores nos ponen alerta: nos indican que hay un más allá de ellos, hay un sentido oculto llevado a cabo por sus vacíos medianos, en el sentido que le da François Cheng, que producen una relación entre fuerzas, un equilibrio justo entre desesperación y liberación, entre caos y cosmos, entre rojo y azul, verde y amarillo.

Los Segadores Andaluces - expresionismo_protesta social

Los segadores andaluces -1935- correspondiente a su etapa expresionista- Tema: Protesta social – Óleo sobre tela – 89 x 116 cm

En el boceto expresionista del año 1936 denominado Tauromaquia ya no nos introduciremos a la obra por el color, sino por la intensidad del claroscuro de la tinta sobre el papel. La misma intensidad proporcionada por el color en las demás obras, está igualmente realizada aquí con los valores altos y bajos. Vemos esta repetición, así como la recreación de los círculos, las curvas, la inmensidad del vacío. La figura central del toro, es la introducción de la violencia en el mundo de Masson. El toro, a punto de deshacerse del papel escapándose de él, nos señala la amenaza de un posible reencuentro con nuestra castración, denotando la rigidez del “súper yo”[11]. El toro, una vez reducidas las tensiones dentro del propio boceto mediante la autodestrucción y su vuelta a un estado inorgánico, busca escapar de su interioridad y se sale al exterior manifestando su pulsión de muerte. Sus ojos delatan sus deseos de alejamiento del caos, de salvación. Aparece envuelto de un halo de furor divino: el toro es aquel poseído que ha sido escogido por la divinidad como instrumento para prevenir una comunidad[12]. El blanco vacío de los extremos del boceto, le otorgan al toro la necesaria fuerza dinámica para llevar a cabo su objetivo. La crueldad de los ojos del toro, reflejo del devorar de los hombres, aniquila de a poco los límites individuales de quien lo observa, y abre nuestros abismos de la “pulsión de vida”[13].

Tauromachie_ expresionismo_ bocetos y dibujos

Tauromaquia -1936- correspondiente a su etapa expresionista- Tema: Boceto - Tinta sobre papel - 37 x 37,5 cm

En Retrato de un adolescente americano, retrato surrealista del año 1943, volvemos nuevamente a ese juego de círculos abismales que esta vez nos detienen en la cara del joven. La cara, representación del mundo, se entremezcla con su anarquía circundante. El joven busca, direccionando su mirada fuera del cuadro, la paz en su universo de incoherencia. El joven se mira a sí mismo. Él es universo. Nosotros somos mundo y somos gracias a ese mundo. Percibimos el desorden a través de la quietud de nuestra propia mirada, de nuestro punto de vista, de nuestro lugar en el todo: los ojos del joven de Masson, son nuestros propios ojos. Los rojos vivos que invaden todo el cuadro e inscriben el rostro del joven en un fulgor peculiar casi terrorífico, laten dentro de la especialidad general, produciendo vibraciones en nuestra percepción. El vacío mediano lo encontramos aquí en “el color más tranquilo que existe”[14]: el color verde. El apaciguamiento de éste, va confirmando la volatilidad y vitalidad de los rojos, naranjas y amarillos desperdigados por la tela.

Retrato de un adolescente en un bosque americano_ surrealismo retrato

Retrato de un adolescente en un bosque americano -1943- correspondiente a su etapa surrealista- Tema: Retrato – Óleo y arena sobre tela - 64 x 45 cm

En Lamento, su pintura informalista del año 1943, volvemos a la explosión de color, esta vez en toda su grandiosidad. Reponiendo a Resnik: “la tela, con su naturaleza en contacto con la forma y el color, substancia el mensaje plástico. La alternativa de luz y sombra en la forma configura el sentido del color, ya substanciado en la naturaleza originaria de la tela. La materia se animiza, el artista presta forma y alma a la materia”[15]. Alma. Psique. Los colores de Masson se impactan entre ellos cual guerra irracional pero magnífica. La curva blanca que atraviesa el lienzo nos marca una vez más el retorno a la centralidad, la búsqueda de la realidad desde el desorden de los extremos inconscientes.

Lamento_Informalismo

Lamento -1963- correspondiente a su etapa abstraccionista Tema: informalismo – Óleo y temple sobre tela - 116 x 89 cm

Luego de la introspección del mundo heteróclito: retorno a nuestro caos interior

Estamos en presencia de una persistente presión. Estamos en presencia de una sintaxis del mundo. Nuestra sintaxis del mundo reflejada en la obra de Masson. Vemos esta obra desde un corte. Desde un corte que representa nuestra ceguera parcial. Ceguera que nos muestra lo que allí vemos. Allí vemos una repetición, sobre la cual descargamos nuestra pulsión de muerte. Masson nos enfrenta con la irracionalidad, el caos, la muerte. Masson nos desafía a reencontrarnos con nuestros fantasmas.

André Masson nos obliga a enemistarnos y amigarnos nuevamente con la naturaleza –Meditación sobre una hoja de roble-, con el hombre mismo –Retrato de un adolescente en un bosque americano-, con la realidad en sus más puras y terribles manifestaciones -Los segadores andaluces; Tauromaquia-, con la espiritualidad y nuestras propias angustias –Lamento-.

De esto se deriva una ambivalencia de sentimientos frente a un único pero variado estilo. Tomamos aquí el término de ambivalente como la falta de coherencia entre el sentir y el actuar, por lo que nos enfrentamos a la obra de Masson elaborando nuestras percepciones yuxtapuestas desde nuestro particular punto de vista.

Esta percepción situada nos presenta en un primer momento un dibujo lineal, que aunque parezca abstracto, constantemente remite a figuras, objetos y cosas reconocibles de nuestro mundo. Frente a este primer instante, se da el momento extraordinario de ser en el mundo, de traspasar las huellas de lo conocido, de ir más allá de la superficie y la materialidad de la composición: nuestro punto ciego nos sitúa en una segunda instancia, gracias a la cual se infiltran en nuestros cuerpos los sentimientos, los estados de ánimo, la atmósfera que delimita nuestra visión, ojos que detectan la estabilidad del caos en Masson. Esta repetición que lo hace único y que denota una expresión cuyo producto parece modificarse constantemente frente a nosotros, parece estar en constante devenir.

Con esto, primeramente concluimos que este trabajo, posicionándonos en nuestro punto de vista, es inacabado, parcial, inconcluso: como nuestra visión del mundo.

Las obras de Masson siempre ocultarán y mostrarán nuevas cosas.

Masson devela «los secretos más profundos de la naturaleza», esos misterios que circundan y nos crean, esos enigmas que otorgan sentido a nuestra existencia, existencia que busca conocerse y reconocerse a sí misma, y que busca encontrar el mundo en su totalidad, totalidad que al fin y al cabo, nunca hemos de encontrar. Allí reside el encanto de lo inacabado. Allí reside la magia de lo caótico entre medio de nuestro camino parcialmente estable.

Masson nos aporta sus colores.

Nosotros elegimos comprender el mundo a través de ellos.

“He creado un mundo subterráneo de germinación y de eclosión, he pintado sobre un fondo negro destellos, el polen y las fuerzas de la tierra.” André Masson


[1] Resnik, Salomón. Lo fantástico en lo cotidiano. Colección Arte/Psique. Pág. 277.

[2] Silberstein, Fernando. Clases dictadas en la cátedra. Octubre 2008.

[3] Boyé, Claudio R. Acerca de la pulsión, el vacío y la sublimación. Psicología del arte. Fragmentos freudianos.

[4] Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Ed. Caronte Filosofía. Pág. 19

[5] Tzara, Tristán. Primer Manifiesto Dadaísta. http://mason.gmu.edu/~rberroa/manifiestodadaista1.htm

[6] Benjamín, Walter. Discursos Interrumpidos. La obra de arte en la época de la reproducibilidad técnica. Edit. Planeta Agostini. Pág. 21. Le damos el término de aurático en el sentido dado por el autor, de autenticidad y pertenencia a una tradición.

[7] Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Ed. Caronte Filosofía. Págs. 122-190

[8] Cheng, François. Vacío y Plenitud. Trad. Amelia Hernández. Cap I.

[9] Maci, Guillermo. El ojo y la Escena. Conferencias dictadas en la cátedra. 1986-1996.

[10] Freud, Sigmund. Los sueños. En Interpretación de los sueños, Obras Completas. Cap. I.

[11] Freud, Sigmund. Compendio del Psicoanálisis. Obras Completas. Biblioteca Nueva. Cáp. CXXIX

[12] Ficino, Marsilio. Sobre el furor divino y otros textos. Edición bilingüe. Pág. 63.

[13] Freud, Sigmund. Las pulsiones y sus destinos. Obras Completas. Biblioteca Nueva. Cáp. LXXXIX

[14] Kandinsky, Wassily. De lo espiritual en el arte. Paidós Estética. Pág. 75.

[15] Resnik, Salomón. Lo fantástico en lo cotidiano. Colección Arte/Psique. Pág. 266.

1 Response to "André Masson: Introspección a un mundo heteróclito"

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